Ya ha pasado una semana desde la visita del Papa Benedicto XVI a las ciudades de Santiago de Compostela y Barcelona. Nos deja el eco de su violenta arremetida contra los colectivos homosexuales, el aborto, la fertilización asistida, la laicidad y el anticlericalismo que a su juicio existe en España.
La ilusoria expectativa de un "mea culpa" por los cada vez más numerosos casos de pederastia cometidos o la rectificación a la condena al uso del preservativo en Africa no ha tenido lugar.
Tampoco las expectativas económicas creadas en torno a esta visita se han satisfecho; el número de visitantes no fue el esperado ni tampoco el desembolso que hicieron para llevarse a casa cualquier elemento que prolongara el estado de gracia perseguido.
A 10.000 km de distancia y hace más de 20 años la visita de otro papa a la uruguaya ciudad de Melo también dio por tierra con los sueños de prosperidad económica de sus habitantes. Corrijo: esta vez no sólo han quedado sus desafortunados comentarios, también los miles de medallitas, relicarios, banderitas y souvenirs que se suman a las hamburguesas, choripanes, empanadas y hasta el baño construido para aliviar las necesidades de los devotos hace 20 años en Uruguay.
Una decepción más de las tantas que la iglesia va dejando a su paso.
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